
Menfy Méndez: una historia de resiliencia tras el Covid-19
La periodista perdió en un mes a cuatro integrantes de su familia y hoy lidera ‘Valientes’, un movimiento creado para personas en duelo.
Por Menfy Méndez Mejía
“El alcalde de Barranquilla, Jaime Pumarejo, acaba de anunciar en sus redes sociales, la suspensión del servicio de transporte masivo, Transmetro”.
“Una reconocida discoteca de la ciudad fue sancionada por una fiesta masiva en tiempos de confinamiento”.
“Estos son los días decretados por la administración para que los ciudadanos puedan salir, de acuerdo con el número de sus cédulas”.
“En los municipios del Atlántico se ordenó el cierre de playas”.
“Familiares de las primeras víctimas mortales del virus en la ciudad denuncian que en las clínicas les impiden ver los cuerpos”.

Estas eran algunas de las tantas noticias que emitía en la emisora nacional para la cual trabajaba en tiempos de pandemia, pero tiempo después, exactamente para el segundo año de pandemia los colegas llamaron a mi teléfono porque necesitaban entrevistarme para que contara mi historia. Ningún periodista piensa que en algún momento pasará de hacer entrevistas a ser entrevistado por otros, mucho menos por motivos devastadores, pero aceptando la realidad de las cosas que ocurren, hoy hago un recuento de mi propio testimonio.
La experiencia más significativa en cuanto a convivencia con mis padres la viví en la pandemia. En ese tiempo logramos experimentar una nueva realidad, donde las formas de hacer las cosas cambiaron. Por ejemplo, yo trabajaba en una emisora de radio, inicialmente, desde la casa, así que ellos salían al balcón para no interrumpir el minuto que duraba mi salida al aire.
También participaban de mis ocurrentes entrevistas, les grababa preguntándoles temas relacionados con el confinamiento, o escuchaban mis escritos sobre el mismo tema. Sin ponernos de acuerdo, nos dividíamos las tareas de la casa, todos queríamos ocupar el tiempo en algo. También había espacio para los domicilios, yo era feliz cumpliendo nuestros antojos de postres. En la nueva cotidianidad hacíamos ejercicio, y es que antes del encierro, mi madre y yo íbamos al gimnasio, mientras que mi padre jugaba fútbol.
A todo esto se sumaron las estrictas medidas contra el virus. Limpiábamos las manijas de las puertas. En caso de que nos tocara salir, usábamos además del tapabocas, gorra y hasta gafas industriales. Nos bañábamos al regreso, no recibíamos visitas, los tres éramos exigentes en este sentido.
Por todo lo anterior, cuando resultamos positivos pensé que ninguno de los esfuerzos valió realmente la pena.
Y es que en el segundo año de la pandemia, cuando en Barranquilla el contagio y los muertos se contaban por familias, el virus tocó a la puerta de nuestra casa.

Fue para finales de abril de 2021, cuando la historia se transformó y pasaron de ser las noticias que contaba de otros, a ser mi propia noticia.
Mis padres fallecieron con diez días de diferencia en el mes de mayo de 2021, y mi abuelita paterna y una de mis tías más especiales para el mismo periodo.
Carlos Méndez, mi padre: 21 de mayo, Elsy Mejía, mi madre: 31 de mayo, Patricia Álvarez, mi abuela paterna: 1 de junio, Patricia Méndez, mi tía: 22 de junio.
Recuerdo que, promediando para el mes de octubre de ese mismo año, los contagios comenzaron a descender. Sentía dolor de saber que ellos no alcanzaron a vacunarse, y que justo cuando estábamos a meses de superar esa etapa masiva de infectados, perdimos la batalla.

Era muy confrontante, ver personas en la calle que lucían mayores que mis padres y que lograron salvarse o sobrevivir a la pandemia.
Lo que siguió para mí fue muy difícil. Cuando regresaba a la casa de trabajar, sufría mucho, porque uno cree que al abrir la puerta va a volver a verlos, y lo que veía era soledad. Yo nunca había pasado por un duelo, lo había tocado de cerca, pero no de esta forma. Así que lo que experimenté fue un estado de shock permanente. Era consciente de lo que estaba viviendo, pero al mismo tiempo me sentía como en un sueño, o más bien en una pesadilla.
Desde que despertaba pensaba en mi tragedia, durante el día llegaban detalles, libros, comida, postres, cartas, cuadros y hasta plantas, de personas que buscaban la manera de estar presente y acompañar a la distancia.
Y aunque la familia, y amigos de segunda línea estuvieron muy presentes apoyándome de muchas formas, a veces quería estar sola. En el proceso del primer año de mi duelo todo se vino abajo, desde entonces encontré en Dios mi tabla de salvación, porque aunque quería seguir viva, al mismo tiempo sentía que me quedaba sin fuerzas para lograrlo. Me ayudé con terapia, con tratamiento psiquiátrico y había gente orando por mí.

Todo esto se lee muy sencillo, pero no lo fue tanto. El primer año me costaba mucho hacer las cosas del día a día, ahora que lo reflexiono no sé cómo lo logré; pero levantarse de la cama, bañarse, medio arreglarse, desayunar y salir a trabajar, era un verdadero reto.
Cuando me sentaba en la cabina y me daban cambio a nivel nacional, con mi voz fuerte entregaba la noticia, pero una vez salía de allí, el llanto no se hacía esperar.
Nunca había sufrido de cuadros de ansiedad, pero en aquel tiempo, me levantaba de la silla a caminar por el pasillo de la oficina, sentía desespero en todo el cuerpo, no puedo explicarlo con palabras, pero era bien duro. El único lugar donde encontraba un poco de tranquilidad y calma, era en mi casa, donde viví con mis padres, y donde sigo viviendo en la actualidad.

En la noche lograba conciliar el sueño, nunca tuve insomnio, pero el día se hacía largo, muy largo y triste. Ahora entiendo que la tristeza pesa, pero a mí también me pesaba vivir.
Tras consultar con el psiquiatra Freddy Sánchez, me formuló pastillas que aún tomo. Y es que el proceso que enfrenté podía desencadenar en cualquier momento un episodio de depresión, principalmente por mis antecedentes. De hecho en varios momentos he sentido que el desánimo me gana, pero cuando no he podido más, Dios lo hace por mí.
Lo más estable que he tenido en todo este tiempo ha sido Living Room, la comunidad cristiana donde asisto. Desde el 2022 sentí que necesitaba escuchar de Dios y encontré en ese lugar enseñanzas maravillosas y una forma hermosa de conectar con su favor y con su presencia.
En cuanto a mi área profesional, debí renunciar a mis trabajos; me enfermé del colón, sentía que a la carga por la repentina partida de mis padres y demás familiares, se sumaba el ambiente tenso en los espacios laborales. De manera ingenua, uno espera cierta empatía en esos momentos, pero nunca conté con eso.

Muy a pesar de que podía cumplir con dos trabajos al mismo tiempo, parece que eso incomodó, y como decimos en la costa, me la montaron al punto de que renuncié, primero a la emisora y después desistí a un contrato por prestación de servicios.
Cuando uno pierde algo tan grande como los padres, y en mi caso, que ambos fueron muy presentes, y estrictamente amorosos, perder un poco más ya no impacta tanto. Cuando uno pierde tanto, las cosas que antes eran importantes pierden peso, ya no hay apegos, uno agradece a quienes están, pero no se aferra a nada.
En todo caso, estuve ocho meses sin trabajo, luego logré ser parte de uno de los periódicos más importantes del país en materia económica, actualmente trabajo en una emisora local, y apoyo el contenido de un medio nacional. Recientemente empecé a cursar una especialización.
Pero ahorita, una de las herramientas más poderosas para mi proceso de resignificación es Valientes, un movimiento creado por mí, para personas en duelo. A través de ese proyecto que está en etapa de formación y crecimiento, he realizado cinco encuentros presenciales con el apoyo de psicólogos y especialistas en pérdidas, donde han asistido familiares, amigos, colegas, personas convocadas por mis redes sociales, etc. El propósito de estos eventos ha sido tejer una cadena de amor y crecimiento en etapas retadoras de la vida.
Además, mis redes sociales tienen contenido especializado para acompañar estos procesos, es así como he entrevistado a psiquiatras, psicólogos, personas que han superado situaciones complejas a nivel emocional y físico, pero también a deportistas que construyen un símil entre la vida y el deporte.
Por mis redes sociales han pasado: la bicicrosista Sharid Fayad, el pedagogo y asesor en gestión social; Edward González, el psiquiatra Freddy Sánchez, la psicóloga clínica; Haychelt Benito.
La consigna de Valientes, es que expresar ayuda a sanar, y algunas personas han encontrado en mis redes sociales esa oportunidad, incluso mi sobrina María Fernanda, de 9 años, le escribió una carta a sus abuelitos, es decir, a mis padres.
Y nos pusimos de acuerdo para hacer un video en redes sociales donde nos contaba cómo vivía su duelo.
En mi proyecto para este año también está la publicación de mi primer libro, donde no solo cuento sobre mi duelo, sino también la historia de resiliencia de una humilde familia que logró formar a sus tres hijas, como tantos hogares colombianos que surgen a partir del trabajo, disciplina y de mucho sacrificio.

Menfy Méndez Mejía es una periodista que encontró en las bondades de su profesión la manera de resignificar el dolor más grande que ha vivido. Y aunque actualmente, informa sobre la actualidad del país en un noticiero am de 5 a 8 de la mañana, no descarta dedicarse tiempo completo a su proyecto de vida. Por ahora, sigue compartiendo su tiempo entre el ejercicio de su profesión y el amor por ese sueño que nació en medio del dolor, pero que hoy la mantienen viva.
Si llegaste hasta aquí solo puedo agregar que mis padres están presentes en mi mente y corazón todos los días, en mayo serán cuatro años sin sus compañías, y si me preguntas, no es fácil. Trato de superar desde el amor ese dolor que genera la ausencia de personas que marcaron mi alma. Creo que lo mejor que me dejó la pandemia fue la oportunidad de compartir con ellos durante el confinamiento, y lo peor es que ya no les tengo a mi lado.
Las personas decían, cuando esto pase volveremos, haciendo referencia a la pandemia. En mi caso nunca pasó porque me quedé esperando su recuperación y la llamada para buscarlos en la clínica, pero nunca ocurrió.
Lo último que me queda por decir, es que los procesos de duelo son para atenderlos, para sentirlos y procurar transitarlos de la manera que mejor le convenga a nuestra salud, lo peor que podemos hacer en medio de un duelo es ignorarlo